Hoy marco el día uno de un nuevo paso en mi vida, uno más entre los tantos importantes que he dado. A estas alturas, no sé si el camino ha sido fácil o si simplemente he sido impulsada por el miedo a seguir avanzando. Pero aquí estoy, lo que significa que cada paso no ha sido en vano; han sido esenciales para mi supervivencia y crecimiento.
Antes de iniciar este proceso de reencuentro y autoconocimiento, me encontré perdida y desesperada. En una iglesia de mi pueblo, mi ciudad, mi país, le pedí a Dios con todo mi corazón que me diera la calma necesaria para afrontar lo que ya era inevitable. En ese momento, como por arte de magia, un pensamiento iluminó mi mente. Ahora entiendo que los milagros son eso: magia pura y divina. Ese pensamiento me decía que todo debe repetirse, que cada lección debe vivirse para poder aprender y, sobre todo, para transmitir lo aprendido a los demás durante el proceso.
Había pasado por un primer proceso, uno que me ayudó a conectar profundamente con Dios. Sin embargo, ahora entiendo que no fue suficiente. Callé mi milagro, no compartí mi paz ni mi alegría con quienes lo necesitaban. No fui esa esperanza que tantas personas buscaban, esa luz que les mostrara cómo entregar sus cargas y preocupaciones al único que realmente puede aliviarlas: Dios.
Aquel día, en la iglesia, cuando ese pensamiento resonó con fuerza en mi mente, me calmé. Acepté lo que vendría, aunque no sabía qué era. Lo entregué todo a Dios. Hoy estoy aquí, más fuerte que nunca, porque mi fortaleza nace de Él: de aferrarme como una niña pequeña a su mano, de confiarle mis cargas, mis temores y mis sueños.
Me preguntan: ¿Cómo tomaste esa decisión? ¿Cómo logras estar sola enfrentando todo esto en un país extraño? ¿Cómo pudiste dejar a tu hijo y a tu familia?
La respuesta siempre es la misma: no estoy sola. Dios siempre ha estado a mi lado. Todo lo que he superado ha sido gracias a Él. De Él saco mi fuerza y mi dirección. Él lo sabe, y yo simplemente me dejo guiar. Las decisiones las tomo yo, pero siempre con Dios por delante. Cada decisión estuvo cargada de miedo, pero también de mucha fe. Le entregué a Dios todos esos temores y todo lo que me detenía. Me rendí ante Él. Y cuando me vi sin fuerzas, desnuda de todo y sin reconocerme frente al espejo, Él me susurró: "Tranquila, todo va a estar bien." Y aquí estoy.
Hoy es el día uno de este diario donde compartiré mi experiencia en este proceso con el cáncer. Sí, el cáncer, esa enfermedad que, lejos de destruirme, me ha permitido conocerme y reconocerme. De todas las cosas que tengo que agradecerle, esta es quizás la más importante.
María Inés, día 1 superado. Lo has logrado. Sigue así; veremos este sueño hecho realidad.
Crea tu propia página web con Webador